Este es un extracto de mi nuevo libro: "El Fruto del Espíritu: La habilidad para relacionarnos con las personas y ser buen testigo de Cristo" . Ya disponible en Amazon.
La Biblia nos presenta ejemplos de personas sujetas a pasiones semejantes a las nuestras y que por la gracia de Dios fueron transformados a los modelos que vemos hoy. Uno de ellos era el apóstol Juan, la iconografía tradicional lo ha pintado como un joven suave y amable, cuando vemos esos cuadros casi podemos sentir el perfume que habrá usado ¡Pero no es cierto! Era un pescador con la piel tostada por el sol, sus manos eran callosas de tanto lanzar y recoger las redes ¿Su forma de ser? Jesús le apodó –y a su hermano Santiago– ¡Los hijos del trueno! Así de amables eran. Hombres fuertes, toscos, rudos en su hablar y prestos a levantar la mano contra cualquiera que se les enfrentara.
Ese mismo Juan escribe al final de sus días: “Hijitos míos… amados…Dios es amor… El que ama a Dios, ame también a su hermano”. Este es el hombre que retratan El Greco o Belllini. El joven impetuoso que conoció Jesús fue transformado por el amor de Dios hasta que su recuerdo se esfumó ¿Cómo ocurrió esto? ¿Sobrenaturalmente? Si, por la obra del Espíritu en él, pero también, tomó una decisión personal, como lo expresa en I Juan 3:2 y 3: “ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”.
Ahora somos hijos de Dios y Cristo viene pronto, para poder participar de su gloriosa presencia nos purificamos. Es importante tomar una decisión, dejar morir lo terrenal en nosotros y permitir que el Espíritu brille. Que la vida de Cristo se manifieste desde nuestro interior ¡Animo! ¡Vamos adelante! ¡Hasta ver a Dios en Sion!
La Biblia nos presenta ejemplos de personas sujetas a pasiones semejantes a las nuestras y que por la gracia de Dios fueron transformados a los modelos que vemos hoy. Uno de ellos era el apóstol Juan, la iconografía tradicional lo ha pintado como un joven suave y amable, cuando vemos esos cuadros casi podemos sentir el perfume que habrá usado ¡Pero no es cierto! Era un pescador con la piel tostada por el sol, sus manos eran callosas de tanto lanzar y recoger las redes ¿Su forma de ser? Jesús le apodó –y a su hermano Santiago– ¡Los hijos del trueno! Así de amables eran. Hombres fuertes, toscos, rudos en su hablar y prestos a levantar la mano contra cualquiera que se les enfrentara.
Ese mismo Juan escribe al final de sus días: “Hijitos míos… amados…Dios es amor… El que ama a Dios, ame también a su hermano”. Este es el hombre que retratan El Greco o Belllini. El joven impetuoso que conoció Jesús fue transformado por el amor de Dios hasta que su recuerdo se esfumó ¿Cómo ocurrió esto? ¿Sobrenaturalmente? Si, por la obra del Espíritu en él, pero también, tomó una decisión personal, como lo expresa en I Juan 3:2 y 3: “ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”.
Ahora somos hijos de Dios y Cristo viene pronto, para poder participar de su gloriosa presencia nos purificamos. Es importante tomar una decisión, dejar morir lo terrenal en nosotros y permitir que el Espíritu brille. Que la vida de Cristo se manifieste desde nuestro interior ¡Animo! ¡Vamos adelante! ¡Hasta ver a Dios en Sion!